19 d’abril 2007

Historias perversas (4)


Mísia va en tren. Mísia se masturba tendida en la litera del coche cama, mientras las luces nocturnas se suceden incesantes en el techo del vagón y atraviesan sus párpados cerrados. Su fantasía no se concreta esta vez en un hombre sin rostro. Tal vez sea el traqueteo, el ritmo regular al que se adaptan sus caricias; tal vez el vacío que ha sentido esa misma tarde en el café de la estación, cuando se ha sabido tan lejos de todo cuanto la rodea, pero Mísia se imagina en el interior de algo cálido y húmedo, de unas fauces provistas de una lengua enorme y sabia que la envuelve, que conoce qué debe hacer y cómo y cuándo. Mísia goza, se estremece, se deja acunar; en su mente sólo habita el ruido del tren, la cadencia veloz de las luces, el crescendo del placer que no se detiene, las sucesivas oleadas de éxtasis. Mísia se olvida de Mísia.