«En cuanto a los argumentos contra el libro electrónico, los
encontramos por doquier. Supongo
que también encontrarían los suyos los que a finales del XV ponían pegas a los
libros impresos a cuenta de, por ejemplo, el penetrante olor de la tinta. O
quizás los que recelaban —y eran muchos— de que un mismo libro pudiera estar en
"manos de personas muy diferentes al mismo tiempo", por emplear la
estupenda expresión empleada por William Caxton, el impresor de Los
cuentos de Canterbury (1476), la primera obra impresa en Inglaterra.»
Manuel Rodríguez
Rivero, a l’article El nada aséptico
olor de los libros (Babelia, El País, 08.01.2015)
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