05 d’octubre 2016

Femelles de bordell


«La nota dominante en aquella vasta sala, de paredes pintadas de rojo obscuro, con guirnaldas azules y rosas, era de una verdadera y gran tristeza. Esto no era proyección de su mente. Él había entrado allí con indiferencia real, y su estado de ánimo no solo no se había impuesto al espectáculo, sino que era hijo de él. La tétrica actitud de quien sabe va a tomar un remedio que no es tal, sino descanso transitorio lo llenaba todo. Los hombres, el público, estaban más tristes que las mujeres, las cuales incluso bromeaban, mordían manzanas o fumaban cigarrillos, sin pensar en absoluto en su completa carencia de vestidos. Los hombres estaban tensos y muy pálidos, acaso tanto como él mismo. Se sintió tentado de arrodillarse y rezar, al comprender qué infinita labor benéfica realizaban aquellas mujeres, al ofrecerse de ese modo, por un dinero que siempre era poco, a la voracidad reseca de aquellos hombres, algunos de los cuales buscaban placer, otros calor sentimental, o compañía, o contacto simple con aquellos seres blandos y blancos, distintos a ellos, rugosos y endurecidos por todos los trabajos que, hechos sin placer ni vocación, eran a la postre tan prostitución como la de las hembras del lupanar.»


Juan Eduardo Cirlot, Nebiros