«Porque el
problema con esas presentaciones es que hace falta hablar de algo, un libro que
al principio no tenía nada que ver con la palabra articulada: era un objeto del
lenguaje distinto a la palabra, un sonido construido en el silencio, una imagen
o una idea, un dispositivo. Su autor no lo había concebido para después hablar
de él (casi todo lo contrario: fue hecho para no tener que hablar, sobre todo
para no tener que hablar). “La voz del libro proviene de un deseo de callarse”,
escribe Pascal Quignard. [...] Y hay que intentar hacerlo lo mejor posible,
aunque uno sepa muy bien que eso no funciona, que no puede funcionar; sobre
todo, uno es sin duda la última persona capaz de hablar de ello de forma
inteligible. Debemos construir un pequeño objeto de palabras cuando justamente
lo que no queríamos eran palabras.»
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