06 de juny 2007

Historias perversas (11)


Hazte la muerta, hazte la muerta, le susurra el necrófilo aficionado como si rezara con gran recogimiento. Ella ha accedido a desnudarse, tenderse en la cama, cerrar los ojos y cruzar las manos sobre su pecho. Tras unos minutos la ha amortajado con un traje de chaqueta negro. Tras prender un cirio en cada esquina, sentado en una incómoda silla metálica, con las manos entrelazadas, mirándola, le habla como si hubiera sido su esposa. Cuenta una historia llena de costumbres, de rutinarias convivencias, pero de vez en cuando, con gran profusión de detalles, inventaría el erotismo con pasión de encargado de ferretería. Relata gestos, pequeños detalles, llega a describir el color de un jadeo. Ella escucha y disfruta del relato, se acuerda de cierta obra de teatro que vio cuando era estudiante, se excita pausadamente, emborrachándose poco a poco de la historia. Él deja de hablar. Solloza levemente y se acerca de nuevo a ella, la llama por un nombre que no es el suyo y empieza a desnudarla con lentitud.