Mi último tigre
«En mi vida
siempre hubo tigres. Tan entretejida está la lectura con los otros hábitos de
mis días que verdaderamente no sé si mi primer tigre fue el tigre de un grabado
o aquel, ya muerto, cuyo terco ir y venir por la jaula yo seguía como hechizado
del otro lado de los barrotes de hierro. A mi padre le gustaban las
enciclopedias; yo las juzgaba, estoy seguro, por las imágenes de tigres que me
ofrecían. Recuerdo ahora los de Montaner y Simón (un blanco tigre siberiano y
un tigre de Bengala) y otro, cuidadosamente dibujado a pluma y saltando, en el
que había algo de río. A esos tigres visuales se agregaron los tigres hechos de
palabras: la famosa hoguera de Blake (Tyger, tyger, burning bright) y la
definición de Chesterton: Es un emblema de terrible elegancia. Cuando leí, de
niño, los Jungle Books, no dejó de apenarme que Shere Kahn fuera el villano de
la fábula, no el amigo del héroe. Querría recordar, y no puedo, un sinuoso
tigre trazado por el pincel de un chino, que no había visto nunca un tigre,
pero que sin duda había visto el arquetipo del tigre. Ese tigre platónico puede
buscarse en el libro de Anita Berry, Art for Children. Se preguntará
razonablemente ¿por qué tigres y no leopardos o jaguares? Sólo puedo contestar
que las manchas me desagradan y no las rayas. Si yo escribiera leopardo en
lugar de tigre, el lector intuiría inmediatamente que estoy mintiendo. A esos
tigres de la vista y del verbo he agregado otro que me fue revelado por nuestro
amigo Cuttini, en el curioso jardín zoológico cuyo nombre es Mundo Animal y que
se abstiene de prisiones.
Este último tigre es de carne y hueso. Con evidente y aterrada felicidad llegué a ese tigre, cuya lengua lamió mi cara, cuya garra indiferente o cariñosa se demoró en mi cabeza, y que, a diferencia de sus precursores, olía y pesaba. No diré que ese tigre que me asombró es más real que los otros, ya que una encina no es más real que las formas de un sueño, pero quiero agradecer aquí a nuestro amigo ese tigre de carne y hueso que percibieron mis sentidos esa mañana y cuya imagen vuelve como vuelven los tigres de los libros.»
Este último tigre es de carne y hueso. Con evidente y aterrada felicidad llegué a ese tigre, cuya lengua lamió mi cara, cuya garra indiferente o cariñosa se demoró en mi cabeza, y que, a diferencia de sus precursores, olía y pesaba. No diré que ese tigre que me asombró es más real que los otros, ya que una encina no es más real que las formas de un sueño, pero quiero agradecer aquí a nuestro amigo ese tigre de carne y hueso que percibieron mis sentidos esa mañana y cuya imagen vuelve como vuelven los tigres de los libros.»
Jorge Luis Borges
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