«Hay tardes de primavera en París, como esta de hoy, soleada, dorada, que no se viven, sino que se desgajan y manducan como una mandarina. Y para ello nada mejor que una terraza de café, una bebida tonificante, una vacancia de la atención, un dejar que nuestra mirada en reposo reciba y archive las imágenes del mundo, sin preocuparse de encontrar en ellas orden ni sentido ni prioridad. Ser solamente el cristal a través del cual nos penetra intacta la vida.»
Julio Ramón Ribeyro, Prosas apátridas
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