«Lo acapararemos todo —añadió haciendo el esperado gesto con
el brazo—, este país entero. El dinero habla, la tierra escucha, allá donde se
agazape el anarquista, donde cabalgue el cuatrero, nosotros, pescadores de
americanos, lanzaremos nuestras redes de malla perfecta de diez acres, nivelada
y a prueba de gusanos, preparada para construir sobre ella. Allá donde indeseables
y patanes desconocidos se arrastren tras sus miserables sueños comunistas, los
buenos ciudadanos de las praderas llegarán como redes desbordantes a estas
colinas, limpios, laboriosos, cristianos, mientras nosotros, mirándolos en sus
pequeños bungalows de vacaciones, moraremos en los palacios suntuosos que
corresponden a nuestro rango, cuya construcción pagará el dinero de sus
hipotecas. Cuando las cicatrices de estas batallas se hayan borrado hace mucho,
y las escorias estén cubiertas de matojos de hierba y flores silvestres y la
llegada de las nieves ya no sea la maldición anual sino una promesa, esperada
ansiosamente por la afluencia de aficionados acaudalados a las diversiones
invernales, cuando los ramales brillantes del teleférico hayan sometido todas
las laderas, y todo sea fiesta y deporte saludable y ganado eugenésicamente
seleccionado, ¿quién quedará ya para recordar a la farfullante basura del
Sindicato, a los cadáveres congelados cuyos nombres, falsos en cualquier caso,
se habrán desvanecido para siempre?, ¿a quién le importará que en el pasado
unos hombres lucharan como si una jornada de ocho horas, unas cuantas monedas
más al final de la semana, lo fueran todo, merecieran soportar el viento
implacable bajo el tejado desvencijado, las lágrimas helándose en el rostro de
una mujer desgastado prematuramente hasta el estupor, el llanto de niños cuyos
buches nunca fueron satisfechos, cuyo futuro, el de aquellos que sobrevivieron,
se redujo siempre a trabajar hasta reventar para nosotros, servirnos, alimentarnos
y criarnos, recorrer las vallas remotas de nuestras fincas, hacer guardia entre
nosotros y aquellos que pudieran entrometerse o cuestionarnos? [...]. El
Anarquismo pasará, su raza degenerará hasta el silencio, pero el dinero
engendrará dinero, crecerá como las campánulas azules en el prado, se
extenderá, brillará y tomará fuerza y postrará a todo ante él. Es sencillo. Es
inevitable. Ya ha empezado.»
Thomas Pynchon, Contraluz
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