«Todas las
primaveras, la Academia de las Artes y de las Ciencias Cinematográficas presenta sus
premios a los logros más significativos en todos los aspectos del cine comercial.
Se trata de los Premios de la Academia. El cine comercial es una de las
industrias más importantes de Estados Unidos, igual que los Premios de la
Academia. El célebre comercialismo e hipocresía de los Oscar asquea a muchos de
los millones y millones y millones de espectadores que sintonizan su emisión en
plena hora de máxima audiencia para ver las presentaciones. No es coincidencia
que la ceremonia de los Oscar tenga lugar durante la Semana de Sondeos de la
televisión. Casi todos la ponemos, a pesar de lo grotesco que resulta ver a una
industria felicitándose a sí misma por fingir que todavía es una forma de arte,
oír a gente con vestidos de cinco mil dólares invocar pomposos tópicos de
sorpresa y humildad escritos por publicistas, etcétera —todo ese rollo cínico
posmoderno —, y sin embargo parece que todos la miramos. A todos parece
importarnos. Por mucho que duela la hipocresía, por mucho que los ingresos
brutos de los estrenos y las estrategias de marketing ya sean más noticia que
las películas en sí mismas, por mucho que Cannes y Sundance se hayan convertido
en nada más que zonas empresariales. Pero la verdad es que la cosa ya no
entraña más diversión genuina que esa. Y lo que es peor, parece haber una enorme
conspiración implícita en virtud de la cual todos seguimos fingiendo que la
cosa es divertida. Que nos hace gracia que Bob Dole haga un anuncio de Visa y
que Gorbachev se haga pasar por cliente entusiasta de Pizza Hut. Que toda la
cultura de la fama comercial vaya como loca por hacer dinero y al mismo tiempo
se felicite a sí misma por fingir que no va a por el dinero. En el fondo, sin
embargo, sabemos que es todo una mierda.»
David Foster Wallace, Gran Hijo
Rojo (a Hablemos de langostas) [traducció
de Javier Calvo]
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