«Un
apuesto caballero como él, decían, no necesitaba libros. Que dejara los libros,
decían, a los tullidos y a los moribundos. Pero algo peor venía. Pues una vez
que el mal de leer se apodera del organismo, lo debilita y lo convierte en una
fácil presa de ese otro azote que hace su habitación en el tintero y que supura
en la pluma. El miserable se dedica a escribir. Y si eso ya es bastante malo en
un pobre, sin otra propiedad que una silla y una mesa debajo de una gotera
–pues al fin de cuentas no tiene mucho que perder-, el trance de un hombre
rico, que tiene casas y ganado, doncellas, burros y ropa blanca, y sin embargo
escribe libros, es penoso en extremo. Se le escapa el sabor de todo; lo
torturan hierros candentes; lo roen los gusanos. Daría el último centavo (¡tan
virulento es ese mal!) por escribir un solo librito y hacerse célebre; pero
todo el oro del Perú no puede comprarle el tesoro de una frase bien hecha.»
Virginia Woolf, Orlando [traducció de Jorge Luís Borges]
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