«Evidentemente, el afán reproductivo no afecta solo la individualidad
familiar, sino que se extiende a escala mundial. El programa de la Agenda 2030
de las Naciones Unidas se propone acabar con los problemas del planeta, y ha localizado
diecisiete «Objetivos de Desarrollo Sostenible» que hay que resolver
imprescindiblemente. Y es interesante notar que casi todos los que se enumeran
se solucionarían en buena parte con un control de la natalidad. Pero claro, es
un tema caliente, que huele a eugenesia, castración y represión, y ni gobiernos
ni expertos se atreverían a mencionar ni siquiera el asunto. Todos conocen y
entienden perfectamente el problema y la solución, a grande y pequeña escala,
pero no se puede mencionar, no se puede nombrar, ni siquiera insinuar entre
líneas, como cualquier tabú que se precie. Porque la reproducción es sagrada,
es un instinto natural. Y nos olvidamos de que también matar o violar son
instintos naturales. En evolución el único parámetro que cuenta es cuánto te
reproduces, tú y tu linaje. No hay otro valor que este a ojos de la selección
natural. Cueste lo que cueste alcanzarlo. Cuanto más te reproduces, más se
difundirán tus genes en las generaciones siguientes. Es la ley de las medusas,
de los jabalíes, y de los piojos. Y la naturaleza, en su constante ambición de
satisfacer este criterio, nunca es moral o justa.»
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