13 de març 2007

Preservar el vacío


Vivo en el Poblenou, barrio barcelonés que mira al mar desde 1992. La playa, ahora tomada por la ciudadanía, de momento es gratis; pero no demos ideas a los munícipes; ya sabemos que su afán recaudatorio es directamente proporcional a su mediocridad, independientemente del color político. En la playa que ahora es pasto de guiris, vecinos, descuideros, vendedores ambulantes clandestinos, hacedoras de masajes y todo un catálogo extenso e intenso de fauna urbana, se fusiló a diario a presos políticos hasta mediados de la década de los 40 del pasado siglo. Un frente marítimo, como se ve, de variopinta y trágica historia.

Vivo en la zona que se ha denominado “22@”, un proyecto estéticamente aceptable pero de duras consecuencias sociales. Expropiaciones y desplazamientos, como siempre, de los más débiles. El barrio se está señorizando, los pijos campan a sus anchas a 6500 euros el metro cuadrado y muchos propietarios de antiguas fábricas y talleres en desuso han optado por bunkerizar sus inmuebles a la espera de la Santa Recalificación que los hará no sé si libres, pero un poco más ricos seguro. Se trata de ponerse a salvo de la ocupación, que con ediles antisistema ya se sabe.

Salgo de casa y veo estas volumetrías estancas. Imagino a un grupo de ermitaños de la modernidad viviendo en su interior, a salvo del mundanal ruido de la especulación. Imagino a un comando de psicópatas, a la luz mortecina de velas y bombillas de 25W, urdiendo entre susurros intrigas y nuevas e imposibles revoluciones. A un destacamento de mujeres hastiadas de la estupidez de los hombres que tratan de fundar un nuevo orden. A un viejo que, harto de las metamorfosis constantes de un escenario que había tramado su vida, decide no mirar nunca más por las ventanas.

Me veo, al fin, aprendiz de fotógrafo, capturando esas imágenes inquietantes mientras paseo entre cascotes y ruinas de un barrio industrial y obrero que nunca volverá.