11 de març 2010

Mujeres fatales (3): Dora Veloz


Contrariamente a lo que podría apuntar su apellido, el proceso de autosatisfacción de Dora Veloz es lento. Una ceremonia ritual. Meticulosa, dispone los elementos necesarios para invocar el deseo, pues tan importante es la fantasía como la puesta en escena, imprescindible para la perfecta evocación. El lugar, su amplio salón minimalista, presidido por una gran reproducción fotográfica del cuadro “Telephone booths”, de Richard Estes. De hecho, el único objeto ornamental en un cubo blanco. Sólo son negros algunos ingenios audiovisuales. Dora Veloz se ha vestido también de negro, con la excepción de una gabardina años sesenta (el lienzo original es de 1967) color marfil. Su hombro derecho se apoya en el quicio de la puerta, imitando la postura de la mujer de la segunda cabina a nuestra derecha. Dora Veloz tiene instalado un viejo teléfono de baquelita negra en la pared. Ahora lo toma con la mano derecha, de manera que su cabeza está apoyada en el auricular y éste, a su vez, en el muro. Mira el cuadro. Se concentra en la figura femenina. Dora Veloz ha decidido que habla con un amante reciente, momentáneamente lejano. Ambos han acordado la fantasía de complacerse en una cabina pública, supliendo morbosamente la distancia. Obscenas y dulces palabras en el anonimato de una nave de placer aterrizada entre el bullicio. El disimulo electrizante. Dora Veloz utiliza la mano izquierda y sabe que nadie podrá nunca arrebatarle su universo. Esperará a ser la última en gemir, moviendo los dedos con exasperante lentitud, la mirada fija en las cabinas telefónicas.