08 de gener 2010

Zapatos en el muro


Fascinados por la literatura, resuelven escribir primero el fin de su amor y después someterse a su propio guión. Tras una calurosa tarde, cuando la alcoba ya no puede oler más a sexo, se visten y caminan plácidamente en silencio. Cruzan el Oberbaumbrücke. Bajo sus pies, el río Spree parece una sopa cocinada con sus recuerdos. Luego, en una destartalada terraza, beben sus últimas cervezas hasta que la noche les obliga a conversar. Han escrito que deben hablar de su futuro, de lo por venir. Especulan, dibujan sueños con tristes lápices de sonrisas. Cuando el cierre del establecimiento les obliga a levantarse, montados en la frágil levitación de la embriaguez, felices de ser fieles a sus propias palabras, se dirigen sin prisa hasta el viejo muro. La disciplina de lo escrito les obliga a caminar en silencio. Al llegar al final de la ominosa construcción, se besan por última vez y, tal como escribieron, tal y como leyeron después y ahora acatan, él se marcha formando una perpendicular perfecta con el muro sin mirar atrás. Cuando ya no puede verlo, ella se quita los zapatos, da media vuelta y regresa al puente. Siente su dedo deslizándose por el rugoso hormigón, sus pies sobre la tierra infame y, como dejaron por escrito en un arrugado papel que lucha por no zozobrar en el río de su memoria, se dice que ese momento es el inicio de todo lo demás.