20 d’abril 2010

Mujeres fatales (5): Montserrat Serracanya


La breve pero intensa vida delictiva de Montserrat Serracanya alumbra en el prepirineo catalán y finaliza en el Paseo de Gracia de la Ciudad Condal. No es difícil recordar las fotografías publicadas en los medios tras la dramática detención. Su rostro afilado y armonioso, los ojos negros como abismos, la cabellera azabache, la expresión de inequívoca dureza, la sonrisa altiva. Salpicaduras de sangre destacando más si cabe su belleza. Nadie podía suponer que en aquel cuerpo tan joven se escondiera tal ferocidad, que sobre aquella lozanía se pudiera cernir aquella pulsión que hizo recuperar la capacidad de asombro a los más avezados a las peores manifestaciones de la violencia humana.

Después se sabría de un entorno familiar de abusos reiterados y cómplices silencios, de una vida interior de creencias y fabulaciones que permitieron sobrevivir a nuestra heroína a las ansias de suicidio. Tras años ensoñando su venganza, el detonante fue, paradójicamente, una canción sacra. Concretamente “El Virolai”, himno compuesto en honor a la Virgen de Montserrat por Mossèn Jacint Verdaguer, cuyo segundo verso reza “Morena de la serra”. Contó al juez que al oírlo se supo Montserrat y morena. La sierra mecánica se hallaba en el cobertizo. Luego todo fue fácil y liberador. La masacre estaba servida.