El bar nos acoge con el rumor de las deshoras. Algunas mesas ocupadas, pero no la de nuestro rincón. Con la discreción profesional de siempre, las copas se materializan. Los primeros instantes son de silencio. La música se instala entre nosotros proporcionándonos la tregua necesaria. Más tarde tu cabeza reposa en mi hombro y te susurro al oído todas las palabras que te gustan y te excitan, un rumor quedo y grave en sucesivas oleadas obscenas hasta que tu lengua me obliga a callar y nuestras manos nos transitan.
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