29 d’octubre 2009

Historias perversas (19)


Al acariciarla toca el cuchillo en su media. Los dedos se deslizan por el acero y su excitación aumenta. Ella se tensa levemente, como el resorte de una navaja, pero sigue con las caricias sin demorarse, cerrando los ojos mientras él entierra el rostro entre sus senos. La música los mece, la penumbra lame sus cuerpos, nada importa excepto la ansiedad y el deseo. Ella desliza la mano hasta el vértice excitado. Luego, cuando él siente que el orgasmo coincide con el metal que entra en sus entrañas, sabe que sólo le queda disfrutar de su dulce muerte mientras ella le roba el último beso de roja agonía.