Nos vimos obligados a abandonar la ciudad tras los bombardeos. Con el ocaso, nos dimos la vuelta por última vez. En París quedaba parte de nuestra vida reducida a escombros. El hambre y el instinto de supervivencia nos dieron las fuerzas necesarias para seguir adelante, pese al frío y el hambre. Te cubrí con mi abrigo y tras dos días de camino, siempre hacia el sur, descubrimos lo que quedaba de una granja todavía humeante. Buscando un lugar a cubierto que nos permitiera descansar descubrimos aquella vaca agonizante. Te tendiste bajo sus ubres y abriste la boca. Tras varios intentos conseguí ordeñarla dirigiendo el chorro de leche tibia hacia tus labios. Recuerdo que nos reímos pese a la desesperación. Recuerdo más tarde nuestros cuerpos de amantes hambrientos, amnésicos de tragedia. Recuerdo el abrazo que nos llevó al sueño y que por la mañana seguimos nuestro camino, paso a paso más lejos de París.
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