Las horas de lectura junto al suave deslizarse del paisaje urden la conjura y vencen a los párpados. Sueña que las palabras del libro se despliegan formando raíles de letras. La memoria identifica las páginas que le han acompañado en cada tránsito. Tras despertar los campos y las ciudades siguen huyendo tras el cristal. La veracidad de lo soñado inunda sus certezas. Se sabe entonces esclavo de lo leído y viajado, del desplazarse sobre letras y traviesas, en manos de una Penélope que teje y desteje su destino hasta que los trenes quieran.
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