Detrás de mí, encima de mí, al lado mío. Cerdos eléctricos, aspersores de sangre espesa, túrmix plateados, hidroplanos de carne. Todo eso danzando en los alrededores de mis neuronas, donde puedo ver, donde se me permite ver tu cuerpo en aspa, desnudo, blando, blanco o rosa, boca abajo, muñecas y tobillos suavemente anudados. La mejilla izquierda en la almohada, blanca como el restallido del cielo, blanca, en la que se adivinan mapas y geografías de venas, venas azules bajo campo de gules. Luego la pequeña y deliciosa asa de tu oreja. No hay miedo pero sí cierta inquietud, el silencio relativo, los ruidos de la calle progresivamente abandonada, voces, coches partiendo, las persianas caen como guillotinas, retumban sin eco. Por fin el silencio. Mi uña en ti. Deslizamiento. La nariz cata el perfume de lo espeso. Espiral hasta el centro, hasta el mismo centro del cerebro. La sombra de la persiana en tu espalda quieta. Me acerco. Mis uñas en ti. Desdoblamientos, gritos, jadeos. Luego todo se detiene. Las farolas como jirafas de fuego.
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